miércoles, 22 de julio de 2009

UNO DE "ESOS" DÍAS


"Como quien viaja a lomos de una yegua sombría..." (J. Sabina)


Era uno de esos días fatales: me torcí un pie al bajarme de la cama. Se terminó el kerosén de la estufa y la leña del hogar y el auto no quiso arrancar. Los taxis estaban de paro. Hacía casi cincuenta grados bajo cero (bueno, no tanto) y tuve que caminar veinte cuadras hasta la oficina, (eso si: veinte y media) a esa hora macabra en que los niños van hacia el colegio.
A mi edad, con hijos grandes y sin nietos, un niño es un pequeño monstruo. Aplaudo a Sigmund, cuando dice que son “perversos polimorfos”. No hay mejor definición para esas cosas chillonas, maleducadas, sucias e irrespetuosas.



Y allí iba: manos enterradas en los bolsillos del abrigo, barbilla enterrada en la bufanda de lana, (pelos de lana en la boca, en la garganta), zapatos de buen cuero congelado por la escarcha en las esquinas y adornados por popó de perro pisado en la vereda de casa, pensando en el reuma como posibilidad y la gripe como certeza, si no neumonía. Un humor de perros. Pero de perros malos. Entonces me la choqué. De frente, con ganas.



Ella caminaba también con la pera en la bufanda, cuidándose de no tropezar.
Se me voló el porta documentos que apretaba bajo el brazo.
Se le volaron cien mil porquerías que llevaba en los brazos.
Hombre al fin, (pero refunfuñando) comencé a levantar los pequeños cachivaches desparramados: autitos, muñequitas, sonajeritos, chupetitos, pelotitas, ¡Pufff!
En vez de “gracias” me dijo “¿Por qué no mira por donde camina?” y siguió viaje, derechita, más mufada que antes.
Murmuré un “disculpe” sin muchas ganas, y me guardé una agendita rosada en el bolsillo. Por descuido (o por bronca) no se la di cuando la levanté del piso…



Llegué a la oficina media hora tarde, y –justo ese día, claro- había inspección. No valieron las excusas, y la suspensión por 48 hs. se hizo efectiva en cuanto pisé la vereda a las seis de la tarde. El paro de taxis seguía invariable, veinte cuadras de vuelta a casa con el humor de perros… pero ya rabiosos.



Me acordé del kerosén en el camino, y con los guantes enchastrados llegue a casa. Al freezer. Ochenta grados bajo cero entre las paredes, cien grados bajo cero en el alma.
Dos días de “vacaciones” por delante, días de semana, cuando los amigos trabajan.



Encendí la vieja “fogata” y encargué la leña por teléfono: nada hasta el otro día. Me hice un té, y mientras encendía el televisor para ver un poco las noticias en Crónica, me acordé de la agendita rosada.
La revisé de punta a punta: resulta que ella se llamaba “Alicia Paula Miramares”, tenía unos años menos que yo, y vivía a unas cuadras de la casa de mi hija mayor. En las hojas fui descubriendo que tenía dos hijos, ocho nietos (¡si, ocho!), y también animales: gatos, perros o pájaros. Decía, por ejemplo, cosas como: “comprar alimento Pupi y Popi y Pipi”: me fue ganando la risa de a poco.
Decidí llamarla, para avisarle…



Una voz de hombre me saludo con un “hola” fuerte, y me sorprendió. No pensé ni por un momento en la posibilidad de un marido, y tenía miedo de provocarle un problema… pero al preguntar por “la señora Miramares” la voz gritó: “¡¡Viejaaaa!! ¡Para vos!” y volví a sonreír. Menos problema un hijo que un marido.



El asunto es que al otro día el auto arrancó lo mas bien, tomé un café negro y bien caliente con tostadas perfectas, me llevaron la leña y fui a devolverle la agenda a Alicia con el mejor humor del planeta. Camino a su casa imaginé veinte maneras de proponerle una salida posterior, un café, un nuevo encuentro. Hasta olvidé a los nietos y a Pupi y Popi y Pipi.
Casi llegando, ya estábamos de vacaciones en Las Toninas, felices y abrazados bajo el sol.



Hace de este día hoy cuatro años, y todavía me acuerdo de sus ojos, hinchados por la gripe, cuando con el maquillaje corrido y entre el griterío de los ocho engendros me dijo: “no se hubiera molestado por esta pavada.” Y me cerró la puerta.

3 comentarios:

  1. Muy lindo, de película.
    Al final es como yo digo, no hay que putear al pedo porque nunca se sabe si no es para bien.
    No, no es algo que yo ando diciendo por ahí a cada rato como si fuese una máxima o mi frase de cabecera. Lo digo a veces, cuando puteo al pedo.

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  2. Qué lindo relatito , uno de esos días , pensé que iba a ser mujer la protagonista. :)

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  3. A veces me gusta cambiar el punto de vista... Como para ver que pasa, no?

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