sábado, 31 de marzo de 2018

MI PRINCESA

 

Cuando la conocí, ella tenía ocho años, y estaba pasando la aspiradora en la alfombra rosa de su dormitorio rosa de princesa.
  Le dije entonces que era bella. No me creyó, segura que su blancura pecosa contradecía las leyes de la estética.
  Años después caminaría las calles de la Gran Ciudad con un enorme “que me importa” en el bolsillo del pantalón gastado, negando piropos y espejos: a los dieciocho se expatrió de su pueblo, dejando atrás un reguero de claros preceptos. Los que mas recuerdo son, por ejemplo, “siempre me voy a estar mandando cagadas”; “los novios no se roban, querida, se ganan o se pierden”; y “yo soy así, si no te gusta andate”.
  Demasiado fuego en el pelo para una ciudad tan chica. 
  Demasiado fuego en el alma para corazones de pueblo.
  Entonces decidió decidir y se fue.
  No se si habrá encontrado su lugar en el mundo. Espero que sí.



-         No entiendo como no me odiás.
-         ¿Por?
-         Siempre te hice la vida imposible, ¿te acordás?
-         Uy, nena, vos tenías ocho años y yo dieciséis.
-         Si, ¡pero era insoportable!
-         Bueno, si querés te odio. Dame un mate y deja de hablar boludeces.
-         Sos especial… te quiero, ¿sabés?
-         Que día tenemos hoy. Sí sé, y vos también sabés. ¿nos vamos?
-         Dale.

  Florida y Lavalle. Un infierno para mi gusto el reino de la princesa. Yo, que nunca me expatrié de mi pueblo, caminaba con pánico entre la marea de gente. Ella charlaba, se reía, censuraba mis descuidos y mis confianzas. Para divertirse, me obligó a sacar boleto en el “bondi”, -el primer “bondi” de mi vida- y me llevó a San Telmo. Tarde de gloria, señores. Revolviendo los puestos, el olor a historia y a tango se me fue pegando en la piel. Inolvidables su sonrisa y el dolor de pies.
  Esa noche cocinó para mí los mejores fideos con manteca del mundo, y después desapareció por varias horas. No pregunté, ni me contó entonces lo que después supe.

-         ¿Hola?
-         Hola, soy yo… -lloraba a mares.
-         ¿Colo? ¿que te pasó?
-         Nopuedomasnodoymasmequieromorir
-         No entiendo nada, nena, calmate y explicame, por favor, no me asustes.

  Me asustó. A las siete de la mañana estaba en Retiro, y a las siete y cuarto tocaba el timbre de su departamento. Bajó a abrirme y me terminé de asustar del todo: la congestión de su carita me habló de una noche de insomnio y lágrimas. Me aferró en un abrazo desesperado, sin dejar de repetir que se quería morir.
  La obligué a preparar el mate, y me enseñó un diario arrugado del día anterior:

CIRUJANO ASESINA MUJER E HIJOS Y SE SUICIDA

  Leí que la familia entera había ingerido una deliciosa cena acompañada con varias botellas de un cabernet sauvignon de reconocida bodega, en las cuales se encontró suficiente ketamina como para dormir varios equinos a la vez. Fue hábilmente inyectada a través de los corchos.
  Ni siquiera traté de comprender que rol jugaba mi princesa en esa historia. Me limité a abrazarla y dejarla hablar.
  De a poco sus incoherencias fueron tomando forma, y entreverados en la historia aparecieron el cirujano casado, las escapadas, las promesas, las mentiras. Un cuento bastante contado, a decir verdad.

-         ¿Te das cuenta? Los mató a todos…
-         Me doy cuenta que ese tipo estaba totalmente loco. Y me doy cuenta que podrías haber muerto vos…
-         Ay, no lo digas ni en joda.
-         No lo digo en joda, nena. Y si te pasa algo me muero. ¿Cómo se te dio por encamarte con ese psicópata?
-         ¡¡¿Cómo iba a saber que era un psicópata?!!!

  La policía apareció, preguntó y se fue. El número estaba en la agenda privada, claro, preguntas de rutina si recuerda algo más me llama caso cerrado.

  Me quedé unos días más con ella, hasta que mis raíces pampas me exigieron el regreso.
  En esos días descubrí que la princesa de mi vida tiene una piel de porcelana, un costado de luna negra, y una jeringa descartable en el fondo del corazón.
  No se si habrá encontrado su lugar en el mundo. Espero que sí.