jueves, 6 de diciembre de 2012

PARECE QUE LO PEOR TODAVÍA NO PASÓ.

   Yo pensaba que comer al menos tres veces al día (con el consiguiente esfuerzo que esto implica) significaba un casi "me curé". La lucha diaria por llevarme el tenedor a la boca-masticar-tragar, sumado a la terapia, me hicieron creer que "lo peor ya pasó"... ¿y adiviná qué? Ni cerca.
   Resulta que a mis 16 años ya tenía el metro setenta y tres que tengo ahora pero pesaba 45 kilos. Saníiisima.
   A los 30 logré unos 54. Y hasta ahí.
   Para colmo, mis afectos (creyendo de buena fe que levantaban mi autoestima) me decían: "¿Para qué querés engordar? Si estás diviiiiiiiiiiiiina!"... Que mejor excusa para no probar bocado, y pasar hasta 72 horas con solo un café y muchas botellitas de agua. Estaba divina. Y ese era mi cuerpo, el envidiado por las treintañeras que se mataban haciendo dieta y sudaban como yeguas en el gimnasio y seguían sin lograr emular mi maravillosa delgadez.
   Nunca dije nada, claro. Nunca les dije "enfermate como yo, vas a ver como adelgazás".
   Ahora, a mis 40, tratamiento mediante, y a pesar de la tozuda negación de mi entorno hacia mi enfermedad, logré casi 60 kilos. Y empezaron los otros problemas, los que no me esperaba, los que nunca creí tener que enfrentar: el espejo me odia. Léase: odio lo que veo en el espejo. No soy yo, no es mi cuerpo, lleno de redondeces y flojeras. No me gusta. No lo quiero.
   Tengo que regalar todo mi placard porque ya nada me queda bien. No se como vestirme, así que vivo de joggins, cosa amorfa que nunca usé y refuerza mi imagen de "gorda".
   Aclaro: racionalmente SE QUE NO ESTOY GORDA. De hecho nadie más que yo nota los 5 kilos que logré con tanto esfuerzo. Pero esta enfermedad es así, te miente, te engaña, te hace creer que sos una vaca de 100 kilos, amorfa y celulítica, y no querés probar ni una tostada más. ¿la verdad? Extraño mis huesitos. Mi panza chatísima. Mi cola inexistente. Mi cuerpo de antes, con el que conviví tantos años, el que me elogiaron tanto.
Supongo que -con más esfuerzo y más terapia- lograré aceptar este nuevo yo, porque es más sano que el otro. Aprenderé a vestirme de otra manera, y a estar cómoda de nuevo. Definitivamente no voy a esquivar ningún espejo, ni ninguna tostada... con manteca.
   Pero si alguna vez me escuchás decir que estoy hecha una vaca, por favor, no te me rías en la cara: no tenés ni idea por lo que estoy pasando.